La tranquilidad no es guardar, callar. No es pensar y repensar tus problemas, no es tratar de parecer entero cuando estás destrozado.
De ahí vienen enfrentamientos, explosiones de palabras que nunca hubieses querido decir, actos en los que nunca te hubiese gustado ser el protagonista.
La tranquilidad a la que nos lleva la sociedad, la intranquilidad interior.
Muros que impiden ver realidades, imágenes creadas para la guerra. Guerras que, en el fondo, se libran dentro.
La tranquilidad es transmitir, hablar, relacionarte. Es coger a un compañero y debatir sobre un problema, hablar con un amigo y vaciarte, decirle a tu jefe lo que piensas.
Recibir otros puntos de vista, minimizar tus problemas con las experiencias de otros, solucionarlos en una conversación.
Educación, respeto. Las mejores armas para poder decir lo que a uno le venga en gana, lo que necesite soltar, de lo que necesite desprenderse.