Un niño cae, se raspa, sangra, llora, se levanta.
Un niño cae, se raspa, sangra, llora, se levanta.
Siempre se levanta. Si no lo hace solo, lo hará con ayuda. Ninguno queda tendido en el suelo para siempre. Estamos hechos para persistir, para luchar, para volver.
Un adulto se cae, se raspa, sangra, llora, se levanta. Las caídas duelen, dejan tocado, se sienten de otra manera. Más profunda, menos hacia afuera, mucho por dentro.
Algunos guardan demasiado, no curan sus heridas, no hablan, no expresan. Los hay que lo tratan, piensan, hablan, reflexionan. Se apoyan en personas para superar la caída, para erguirse de nuevo, para ser una versión mejorada de lo que un día fueron.
A los primeros no les cicatriza, se les vuelve abrir con el mínimo roce. Van perdiendo con el tiempo, van sufriendo en silencio. Quizá sea por ello que algunos desisten, abandonan, dejan de luchar. Coger esa mano que sirve para volver, ese hombro en el que llorar, esos cafés que se enfrían con tanta palabra.
Quedarse tendido en el suelo como un niño, sangrar, llorar, levantarse y continuar.