Día sí y día también, ahí están. Más o menos en el mismo punto. No conoces sus nombres ni sabes nada de ellos, pero cada mañana vuestros caminos se cruzan.
Quizá sea el destino, una Mano Negra, un Ser Superior. Quizá sea simplemente que la combinación de horario y trayecto entre oficina y casa haga que vuestras caras se crucen todos los días en el mismo punto. Entre el 48 y el 56. Misma calle, misma acera, gente de costumbres. Si una persona sale desde el punto A y otra desde el punto B con una velocidad de. Pues eso.
Si os cruzáis en cualquier otra situación te vendría a la cabeza la pregunta. De qué conozco yo a esta persona. No lo ubicarías por más vueltas que le dieses. Quizá sea de la frutería, quizá del banco, del gimnasio. El momento del cruce nos sirve de termómetro, en este caso del retraso con el que cada uno va a llegar a la oficina. Hoy se te han pegado las sábanas, haz el favor de acelerar el paso. Todo sin gestos, sin contacto, sin palabras.
Cuando fallan te llegas a preguntar si les habrá pasado algo. Estará malo, Qué raro. Te preocupas. Cuando cambian de trabajo ya es el colapso. Qué habrá sido de. Igual es cosa mía que me fijo demasiado en las caras, puede que nadie me reconozca a mí. Nada a mi este tío no me suena de nada, no me lo he cruzado en mi vida.